Ella miraba por la ventana esperando encontrar algo bajo la lluvia que caía aquella tarde, algo que le dijera que no se acababa todo en ese momento. Aún notaba como las lágrimas caían por sus mejillas hasta separarse de su cara y tocar el folio en blanco. Se hacía de noche y las horas parecían eternas compañeras de su ingenuidad. De repente, vio una sombra nublada entre la lluvia, esperando que fuera quien ella pensaba, abrió la ventana, sin importarle la intensa lluvia asomó la cabeza concentrándose en la silueta. No era él. Una vez más, se hundió en sí misma y volvió a pensar en lo mucho que le había querido en tan poco tiempo, y lo poco que él la había querido a ella. ¡Imbécil! Repetía una y otra vez para sí misma, intentando convencerse de que algún día saldría a la calle, le vería y no sentiría nada. Seguidamente, se secó las lágrimas y se sentó a esperar que en su vida hubiera un nuevo comienzo que volviera a hacerla sonreír.